En las últimas décadas, la tarea educativa de la familia con sus niños pequeños, se ha ido desplazando hacia servicios  especializados, tanto públicos como privados. De allí que actualmente muchos padres y abuelos consideren que su principal función es cuidarlos, alimentarlos, mantenerlos sanos. En lo que concierne a educarlos, se piensa que educar es brindarles conocimientos; enseñarles las materias escolares para que avancen hasta volverse doctores. Y como buen número de padres y madres no dispone de tiempo, o no tiene la formación adecuada para ayudar en ese proceso, con frecuencia la familia espera que el colegio o escuela de allí en adelante se encargue de toda la educación de sus niños. Solo que educar no es lo mismo que instruir. La educación implica la formación progresiva de la persona que el niño será cuando llegue a la adultez; y este moldeamiento no se logra aprendiendo los programas escolares.

Se requiere que los adultos a cargo del niño —familia y profesores— asuman de manera conjunta, con metas y estrategias compartidas, la educación social del niño. Que tomen en serio la formación intencional que prepara para la vida humana compartida: reconocer las emociones y aprender a controlarlas, tomar conciencia de cómo afectamos a los demás, desarrollar la empatía, y sentimientos que posibiliten la colaboración, la ayuda; asumir la responsabilidad por los propios actos y construir el delicado entramado de afectos sociales que controlan la agresión: reconocer la culpa, sentir vergüenza...


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