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¿Qué es "Educamos juntos"?

Cuando llega el momento de ingresar a los niños a la escolaridad formal (4 o 5 años), con frecuencia muchos padres esperan que el colegio o escuela de allí en adelante se encargue de toda la educación de sus niños; no obstante, esto no es posible. Los niños han hecho su primera socialización en la familia y llevan al pre-escolar y a la escuela las modalidades de interacción que han aprendido en casa, donde les siguen siendo aceptadas. Por lo que si hay diferencias grandes o incluso contradicciones entre lo que la vida escolar ha establecido como normas y prácticas que regulan la vida social, y lo que la familia propone, se creará un conflicto que afecta al niño. En el pre-escolar los pequeños entran en relación con niños que han sido criados con modelos de relación y de comportamiento distintos a los que su familia les dio, y no saben cómo reaccionar a otras formas de trato. Por ejemplo, el pequeño puede haber sido muy protegido en casa, y no saber valerse por sí mismo, sino esperar que la maestra funcione como su mamá prestándole las manos, y haciendo todo por él; o quizá no sepa cómo defenderse de niños agresivos.

La escuela o colegio son mundos sociales muy diferentes a la familia y esto de por sí hace necesario que los adultos responsables de los niños en ambas instituciones tomen en cuenta que los niños encontrarán otras maneras de relacionarse con los adultos, con los compañeritos, con los niños más grandes. De un grupo familiar de 4 a 7 u 8 miembros, los niños pasan a convivir con muchas personas y a seguir pautas de conducta que en casa no tenía. Esto solo, de por sí, exige que los adultos educadores del colegio busquen establecer principios educativos comunes y estrategias adecuadas para educar según esos principios.

Las familias poco se preparan para la tarea educativa. Cuando nacen los hijos saben que tendrán que cuidarlos, alimentarlos, mantenerlos sanos; pero en lo que concierne a educarlos, no hay reflexión en común, sino que a medida que aparecen los conflictos y problemas van improvisando. Hasta hace 50 años, en Colombia había principios educativos claros que los padres de familia debían seguir: se trataba de criar a los niños para que se convirtieran en personas de bien. Es decir: honradas, trabajadoras, serviciales. Y los principios igualmente eran claros: los niños debían ser obedientes a los mayores, respetuosos, y juiciosos. Estas palabras contenían los deberes de los niños: juiciosos implicaba ayudar en lo que se le pidiera y hacerlo bien (sin demoras, sin trampas, sin pereza); respetuosos implicaba que los adultos tenían una posición de autoridad y que los niños no podían “igualarse” con ellos; obedientes se refería a que los niños no podían definir por sí mismos lo que iban a hacer, pues no tenían la capacidad de juicio suficiente para “mandarse solos”. De los años 80 en adelante, las formas de relación entre generaciones cambiaron, se impusieron modelos democráticos para la crianza —los niños ahora podrían decidir desde muy pequeños qué comer, cómo vestir, etc.— , pero no se definieron ni se han definido nuevos principios. Y las metas cambiaron: ya no se trata de formar gente de bien sino personas felices.

A nivel escolar, muchos de los principios se han sostenido, no porque ayuden a moldear buenos estudiantes, y jóvenes interesados en aprender, sino porque son principios disciplinarios para mantener bajo control a grupos numerosos. Por el contrario, los principios que regulan las relaciones —para que los niños se mantengan en buena relación unos con otros y no establezcan dependencia de la maestra—; y aquellos que exigen manejarse bien de manera autónoma —en lugar de dedicarse a hacer picardías cuando la profesora voltea la espalda—; o los principios del buen cumplimiento, que regulan su dedicación a las tareas acordadas —para hacer bien los trabajos y tareas por el disfrute de la tarea bien hecha; todos estos están implícitos, pero no se formulan de manera abierta, ni se pide a los profesores centrarse en ellos. En cambio se les exige mantener a los niños sin hacer bulla, en orden, atentos, etc..

Nuestro interés de que familias y maestros se unan para, de común acuerdo, establecer metas conjuntas y mejorar sus estrategias, surge de nuestra preocupación con la ineficacia de la educación formal para formar jóvenes autónomos, responsables, colaboradores: “gente de bien”. Los aspectos de la vida social han sido desplazados en la escuela por las pedagogías basadas en teorías psicológicas, todas ellas centradas en cómo mejorar el aprendizaje de los conocimientos escolares. La interacción social, base de todo aprendizaje humano, no se ha tomado en serio como motor de la curiosidad, del deseo de saber, y fundamento de la construcción de comunidades con objetivos en común. Mucho menos se valora el reconocimiento de los propios sentimientos y el aprendizaje de su control a fin de exigirse, en lugar de sucumbir al menor fracaso. Nuestros niños y jóvenes criados bajo el nuevo mandato parental de “hacerlos felices” y habiéndose organizado psicológicamente bajo valores individualistas que anulan el control social de los mayores, son terriblemente débiles, no soportan la menor frustración, no saben poner límites a sus afectos, ni a los actos que éstos desencadenan .

El programa consiste en propiciar encuentros entre familia y escuela, que faciliten la discusión de dificultades típicas en la educación de los niños, para aprender juntos cómo convertirnos en mejores educadores. Los maestros y profesores a veces estamos más preocupados por la disciplina del salón y el avance en el programa que por enseñar a los niños a interactuar sabiendo expresarse bien y escuchar, sin llevarse por delante a los demás, y aprender a resolver sus conflictos; o insistimos más en el cumplimiento de las tareas que en promover el interés y la curiosidad de nuestros estudiantes. De la misma manera, en casa, las familias enfrentan diariamente las tareas de la crianza, olvidando que no se trata de obligar a obedecer, o de someter a los niños unos días a exigencias y otros días dejarlos hacer lo que les provoque, sino de contribuir a diario a volverlos niños responsables y colaboradores. Se trata por tanto de que “dejemos de lado la cantaleta” —así como los reclamos de padres a maestros y viceversa—, y analicemos a través de pequeñas situaciones de la vida diaria -en la familia y en la escuela-, cómo estamos cumpliendo nuestra responsabilidad educativa con los niños, y qué cambios podremos ir haciendo. Lo principal es la disposición para compartir y para querer hacer cambios que beneficien a los niños.

A estos encuentros son bienvenidos los diversos miembros de la familia que conviven con los niños y se hacen cargo de ellos; no están dirigidos solamente a papá y mamá, aunque por supuesto es fundamental que ellos participen. El programa se compone de varios módulos, cada uno con un tema diferente: Los padres como educadores, el desarrollo de los niños, la autoridad, familia y escuela educamos juntos. Cada módulo se hace en varias reuniones de encuentro, como ésta, que pretenden que comprendamos a fondo lo que está en juego en las situaciones de crianza diarias y en las del aprendizaje escolar; así como las alternativas para interpretar de otra manera lo que no nos funciona, y conocer cómo actuar para transformar lo que ya no sabemos cómo manejar. Asistir a una sola sesión no produce cambios; para que surta efecto y en casa las cosas mejoren, es necesario comprometerse para hacer un módulo completo. Además, es muy importante compartir en casa lo que se está comprendiendo, para que se puedan hacer modificaciones en las que todos participen y apoyen.

No es una “escuela de padres” porque no habrá enseñanza de cómo ser padres; tampoco es un programa para familias con problemas. Son encuentros para que cada uno se conozca mejor, y así entienda cuáles formas de relación con los niños son “formadoras” y cuáles solamente son “controladoras”.